Babilonia y Nínive fueron las dos principales ciudades de Mesopotamia, a diferencia de Egipto el país de los dos ríos, carece de piedras y no conoce el papiro (papel). Los babilonios aprovecharon entonces la arcilla abundante y aprendieron a trabajarla. Fue en esa placas de arcilla cocida donde se grabaron los primeros códigos legales y también la producción literaria de esa sociedad. Se escribíeron poemas épicos-religiosos acerca de la creación del mundo y también sobre reyes y héroes, siempre estos la encarnación de la fuerza y los ideales de la ciudad, la tribu o el pueblo.
La gran epopeya nacional del heroe Gilgamesh tiene como tema principal la busqueda de la inmortalidad. Aquel ser humano dotado de todas las virtudes, fuerza y poder, que triunfa incluso a las pruebas duras de los dioses, fracasa en su deseo de trascender la última frontera: la muerte.
Egipto, por otro lado, ocupaba la región noreste de África. A orillas del Nilo desarrollaron una sociedad próspera y organizada. Ningun pueblo ha llevado como ellos la creencia en la inmortalidad corporea a tal grado. Esa obseción acabó por convertirse en uno de los rasgos definitorios de su cultura. Hasta hoy nos llega la maravilla que fueron esos monumentos de las pirámides. Y es el mito de Osiris, escrito en las paredes de las cámaras mortuorias de los faraones donde nació la costumbre de la momificación.
La función política del mito popular era evidente en el antiguo Egipto, pues el poder de los faraones se basaba en su supuesto parentesco con los dioses. Actualmente junto con estos mitos, nos llegan fábulas morales, refranes, rezos, poemas y hasta dramas rituales. Muchos de estos nos llegan atraves de recopiladores griegos quienes a su ves fueron influenciados por la potente cultura de esta civilización.
domingo, 28 de octubre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario