martes, 30 de octubre de 2007

Características de la Grecia antigua.

El territorio griego comprende la península del Peloponeso y un gran numeros de islas sobre el Mar Egeo, frente a las costas de la actual Turquía. El area es rocosa y agreste, pero con costas muy amplias perfectas para la navegación. Estas condiciones hizo que desde la antiguedad se tratara de una zona de amplio intercambio comercial. En la antigua grecia existía cierta identidad tribal, pero la creación de poderosas ciudades-estado hizo que existiera fuertes rivalidades entre las diferentes zonas, dando como resultados constantes guerras durante años.



Las dos ciudades más poderosas Esparta y Atenas representaron dos aspectos de la vida griega. Por un lado la parte bélica y monarquica de Esparta y por el otro la poderosa cultura de las cosmopolita Atenas.
La cultura occidental nace y se nutre del genio de la cultura de la antigua Grecia. Allí se inicia la filosofía, la ciencia, el estudio de la historia y la naturaleza, el estudio de las matemáticas y de la lógica, la medicina, la ingeniería, la arquitectura; nos legan las olimpiadas y la democracia.



De entre los filósofos más importantes, destacan Tales de Mileto, Pirágoras, Heráclito, Anaxagoras, Demócrito, Sócrates, Platón y Aristóteles.
Tambien Grecia es el inicio de multiples tradiciones artísticas. Inicia una vigorosa producción literaria, en especial en los géneros épicos y dramáticos (teatro). Las obras de Homero La Iliada y la Odisea, siguen siendo referencias para la conciencia artística y literaria actual. El gran adelanto artístico fue mudar sus temas de los mitos y los dioses a los simples seres humanos, mortales. En otras palabras son ademas de la cuna de las ciencias la cuna del humanismo.

Leer la Iliada

Las copias estan desde la semana pasada en biblioteca y desde ahora en Copyplace, (Colosio y Obregón, a un lado del Telcel, aun lado del Oxxo, frente al Applebees). Lean La Iliada.

lunes, 29 de octubre de 2007

Literatura Hebrea


Estamos tan acostumbrados a considerar a la Bilblia como un libro que olvidamos que en realidad se trata de una colección de libros. Se calcula que las obras fueron redactadas entre el año 800 a. C. hasta el 100 a.C. en tres lenguas: arameo, hebreo y griego conteniendo en todos ellos una rica tradición de historias que por siglos se venían reuniendo.

Más tarde, entre los siglos II y IV d. C.,la iglesia tomó esos libros y los reunió en una sola colección de sagradas escrituras. Estas escrituras se dividen en dos partes, Antiguo y Nuevo testamento. La mezcla de tradiciones causa una variedad inmensa de facetas y estilos distintos en la Biblia. Desde relatos antiquísimos sobre la creación del mundo, mitos fundacionales como el arca de Noe, la torre de Babel, hasta la poesía lírica y amorosa del Cantar de los cantares atribuidos al Rey Salomón. En la Biblia hallamos la historia de un harén en el libro de Ester, o la profunda fábula de Job, objeto de una apuesta entre Dios y el diablo, así como cantos rituales, rezos y libros de profecías.

Pero ante todo la Biblia es la historia de un pueblo, del pueblo de Israel. La historia de Israel inicia con la alianza entre Dios y Abraham, al que se nombra patriarca del pueblo elegido. Libros históricos, libros proféticos, libros didácticos, libros poéticos, la Biblia es una colección de historias sumamente interesantes, algunas llenas de colorido y acción.

Literatura Hindú.

La cultura India es una de las culturas más antiguas del mundo, aproximadamente se fecha su fundación en el 1300 a.C. Estos es mucho antes de que existiera en Gracia y en Europa alguna lengua que sirviera de comunicación común. En la India, gracias al sánscrito, ya se habían escrito infinidad de de textos filosóficos y literarios.

De entre los numeroso libros y tratados filosóficos, teológicos, (los vedas) así como de normas de conducta práctica (sutras y el Panchatantra que era una colección de fábulas) sobresalen dos inmensas epopeyas: el Mahabarata y el Ramayana.

El Mahabarata (siglos VI-IV a.C.) narra la guerra entre dos tribus hermanas, los Pandavas y los Kurabas. Las descripciones grandiosas y coloridas son la características principales del Mahabarata, pero en realidad también es una colección de libros de leyendas, cruentas batallas, así como normas de conducta y encuentros con los dioses. Al Mahabarata se le considera la más extensa epopeya de la literatura universal.

El Ramayana es una colección de poemas redactados por el poeta Valmiki, en el siglo IV a. C., en ellos canta las glorias del heroe Rama. Este poema de enorme (cerca de 24000 versos) cuenta las aventuras del rey-dios Rama en su busqueda por rescatar a su esposa Sita, raptada por el demonio Ravana. Rama obtiene ayuda del dios mono, Hanuman que con su ejército de Monos viajan a Sri Lanka y rescatan a la reyna. Hasta hoy en diversos países se le rinden tributo a los personajes de esta epopeya. Se trata de una de las historias más celebradas y representadas del mundo, películas, obras musicales, espectáculos anuales, teatro popular, comics, caricaturas, series de televisión, etc.

domingo, 28 de octubre de 2007

Mesopotamia y el antiguo Egipto

Babilonia y Nínive fueron las dos principales ciudades de Mesopotamia, a diferencia de Egipto el país de los dos ríos, carece de piedras y no conoce el papiro (papel). Los babilonios aprovecharon entonces la arcilla abundante y aprendieron a trabajarla. Fue en esa placas de arcilla cocida donde se grabaron los primeros códigos legales y también la producción literaria de esa sociedad. Se escribíeron poemas épicos-religiosos acerca de la creación del mundo y también sobre reyes y héroes, siempre estos la encarnación de la fuerza y los ideales de la ciudad, la tribu o el pueblo.

La gran epopeya nacional del heroe Gilgamesh tiene como tema principal la busqueda de la inmortalidad. Aquel ser humano dotado de todas las virtudes, fuerza y poder, que triunfa incluso a las pruebas duras de los dioses, fracasa en su deseo de trascender la última frontera: la muerte.


Egipto, por otro lado, ocupaba la región noreste de África. A orillas del Nilo desarrollaron una sociedad próspera y organizada. Ningun pueblo ha llevado como ellos la creencia en la inmortalidad corporea a tal grado. Esa obseción acabó por convertirse en uno de los rasgos definitorios de su cultura. Hasta hoy nos llega la maravilla que fueron esos monumentos de las pirámides. Y es el mito de Osiris, escrito en las paredes de las cámaras mortuorias de los faraones donde nació la costumbre de la momificación.

La función política del mito popular era evidente en el antiguo Egipto, pues el poder de los faraones se basaba en su supuesto parentesco con los dioses. Actualmente junto con estos mitos, nos llegan fábulas morales, refranes, rezos, poemas y hasta dramas rituales. Muchos de estos nos llegan atraves de recopiladores griegos quienes a su ves fueron influenciados por la potente cultura de esta civilización.

La literatura Arcaica


Al comienzo la literatura no brotó de la pluma de escritores cultos, sino como producto de la voz popular. De muchedumbres ignorantes de los primeros intentos de escritura que se daban en las primeras civilizaciones. Estas historias recogían por un lado los consejos (refranes y fábulas) y por otro las cuestiones existenciales, ¿quienes somos?, ¿de dónde venimos?, (mitos de creación y leyendas).
Los temas en las tradiciones más antiguas se repiten con sorprendente frecuencia. Historias sobre la creación del mundo, la primera pareja, el diluvio universal, etc. Estos parten regularmente de las cosmogonías (historias sobre los origenes y principios que rigen el universo), despues las teogonías (historias épicas protagonizadas por los dioses), hasta llegar a las historias de heroes arquetípicos.


Las principales características de esta literatura arcaíca son:
1.- El simbolismo: Se expresan ideas abstractas atraves de figuras o personajes.
2.- La religiosidad: Regularmente cada historia representa de manera directa o indirecta las creencias, normas morales y de culto de los grupos humanos que las producen.
EN LA IMAGEN TENEMOS A UNOS DE LOS PRIMEROS HEROES LITERARIOS DE LA HUMANIDAD, GILGAMESH, EL REY DE URUK.

jueves, 25 de octubre de 2007

Mito, legendas y fábulas.

La leyenda se distingue del mito por poseer una base de verdad, es historia y mito combinados. Estos suelen tener también heroes y figuras reconocibles en las diferentes tradiciones de los pueblos. Suelen también cumplir las funciones del mito.

La Fábula es una historia que tiene un fin abiertamente didáctico, con enseñanzas éticas. Muchos de ellos formulan la enseñanza de la historia atraves de una moraleja. Suelen tener como protagonistas a animales, pero no siempre es así.

El Mito



Mito es cualquier invención tradicional o popular que intenta explicar ciertos acontecimientos casi siempre de modo sobrenatural. Los mitos suelen ser narraciones de acontecimientos muy antiguos, frecuentemente asociados con lo sagrado, ocurridos entre dioses o heroes arquetípicos. Los mitos suelen tener altos contenido simbólico, siendo el depositario de las instancias lógicas de los grupos humanos. En otras palabras estos contienen la forma en que una sociedad ve el mundo, las cosas y a sí mismos. En la imagen el mito de la creación, segun la tribu Chibcha de la actual Colombia.

miércoles, 24 de octubre de 2007

CONTAR HISTORIAS.

Inventar y contar historias es tan antiguo como hablar, un quehacer que debió nacer y crecer con el lenguaje, cuando de los gruñidos, los murmullos, la gesticulación y las muecas, nuestros antepasados, esos seres primitivos, ya no simios pero todavía no humanos, comenzaron a intercambiar palabras y a entenderse de acuerdo con un código elemental que con los años se iría sutilizando hasta grandes extremos de complejidad.

¿Qué se contaban esos bípedos, allá, en el fondo de los siglos, en esas noches llenas de espanto y asombro, alrededor de las fogatas, bajo el resplandor de las estrellas? Lo que les ocurría a unos y otros en la desesperada lucha por la supervivencia que era la vida cotidiana: la sorpresa que deparaban a veces las trampas en las que, de pronto, en vez del ciervo o el mono, caían el tigre o el león, o la aparición en su camino de otros seres que, pese a no hablar del mismo modo, ni tatuarse con los mismos colores ni figuras, ni cazar con las mismas armas, parecían también humanos. Se contaban lo que les ocurría, pero esa vida hecha de palabras no era la misma vida que pretendían reproducir las historias: era una vida alterada por el lenguaje, la exageración y la vanidad de los contadores, por el vuelo de su imaginación y por las trampas de la memoria. Pero se contaban, también, y acaso sobre todo, lo que no les ocurría, o, mejor dicho, lo que sólo les ocurría en el impalpable y secreto mundo de los deseos, de los instintos, apetitos y sueños: los goces y los excesos codiciados, las aventuras imposibles, las apariciones temidas, los milagros.

¿Por qué lo hacían? Porque inventar y contar historias era la mejor manera de enriquecer la miserable vida que tenían, de dar alguna respuesta a los millones de preguntas que los angustiaban, y porque dejarse hechizar por una historia era una magia que los distraía y sacaba provisionalmente del pavor, la incertidumbre y los infinitos peligros en que consistía su existencia. Esas historias aumentaban sus vidas, encendían las tinieblas de su ignorancia con imágenes en las que proyectaban sus fantasmas y encarnaban sus sueños. La realidad era confusa, llena de irrealidad, y semejante confusión se reflejaba en la vida inventada de los cuentos donde las aventuras y los prodigios revoloteaban como las chispas de la fogata que devoraba a los insectos, ahuyentaba a las fieras y daba calor al contador y a sus oyentes. Los animales hablaban como los hombres y las mujeres y éstos volaban como pájaros o mudaban de naturaleza igual a los gusanos que se volvían mariposas. El mundo y el trasmundo no tenían fronteras y, a diferencia de lo que ocurría en sus vidas reales, el tiempo en las historias no corría, se paraba, retrocedía, o giraba mordiéndose la cola como un crótalo. Todos los cuentos eran, entonces, cuentos de hadas porque la vida era todavía puro pálpito, fantasía y sinrazón.

Los cuentos, las historias, fueron anteriores a las religiones y también sus rudimentos, las semillas que la imaginación, el miedo y el sueño de la inmortalidad desarrollarían luego en mitos, teologías, sistemas filosóficos y arquitecturas intelectuales fabulosas. Contar historias fue un ligamento de la comunidad, un quehacer que hermanaba a los miembros de la tribu, porque las historias se inventan para ser contadas a los demás, unos "otros" que, atrapados por el hechizo de las narraciones compartidas, se convierten en nosotros. Las historias sacaban al primitivo de su soledad y lo volvían un participante, alguien que se integraba a un cuerpo colectivo bajo el efecto imantador de la ficción para compartir unos ancestros, unos dioses, una tradición y reconocer su propia historia.

Así, junto a la vida verdadera, la del sudor, el hambre, la rutina, la enfermedad, otra vida surgió, hecha de palabras y fantasía. Se escuchaba alrededor de las fogatas y permanecía en la memoria, como un vino del que se podía beber de tanto en tanto para revivir aquella embriaguez que sacaba al ser humano del mundo real y lo transportaba a otro, de espejismos y aventuras sin fin, un mundo donde todos los anhelos podían ser realizados y en el que hombres y mujeres vivían muchas vidas y vencían a la muerte. Las historias en las que los antiguos se sumergían les deparaban una libertad que desconocían en la sordidez y la rutina embrutecedoras de su existencia real y les daban la ilusión de la inmortalidad. Esa "otra" vida de las historias era, para la elemental supervivencia de los tiempos prehistóricos, la única digna, la única merecedora de llamarse así, porque la que colmaba sus días y noches era apenas un simulacro de vida, una forma lenta de muerte.

De este modo, junto a la vida real, la otra vida, la fabulada, fue surgiendo, paralela, impalpable, oral, emancipada de la cronología y sin los condicionamientos y servidumbres de la vida verdadera, una vida de prodigios en la que el ser humano podía volar y los pájaros hablar y los ancianos volverse niños y los audaces viajar en el tiempo o penetrar en las entrañas del árbol, de la piedra y recibir las confidencias del fuego y las estrellas. Inventar y contar historias era vivir más y mejor, era una manera de conjurar la infelicidad y, aunque fuera por breves paréntesis, tener las prerrogativas y atributos, no de un miserable mortal, sino de un dios. Sin saberlo ni quererlo, los seres humanos habían descubierto un paliativo contra el infortunio, pero, también, un arma peligrosísima. En efecto, la ficción, modestamente aparecida para combatir el tedio del hombre feral y sus miedos ancestrales, se convertiría en un fermento de su curiosidad, en un imparable estimulante de su imaginación, en un combustible de sus afectos y deseos, y en el motor de su insatisfacción. Entregándose a la tarea de inventar historias cada vez con más audacia, el ser humano iría enriqueciendo y sutilizando sus apetitos y sentimientos y descubriendo los alcances de la libertad, territorio extensible en el que, multiplicando las ilusiones de la vida soñada de las historias y los cuentos, sería capaz de mayores proezas, de aventuras que irían profundizando sus conocimientos y su dominio de la naturaleza. La ficción permitió a hombres y mujeres ensanchar infinitamente esos límites de la condición humana que, a diferencia de lo que ocurría en las historias fabuladas, en la vida real eran siempre inflexibles.

Los cuentos daban a los oyentes cierta seguridad en la peligrosa anarquía en la que vivían. Los instalaban dentro de un orden, que, no por ser maravilloso, era menos real, puesto que era creído. La realidad se organizaba gracias a la ficción de una manera inteligible que modelaba la vida y explicaba la muerte; así, el hombre y la mujer se sentían protegidos, rodeados de un sistema que conjuraba sus miedos y ofrecía premios a sus sacrificios y desagravios a sus penas en el más allá. ¿Hacía la ficción a los hombres y mujeres más felices? Los hacía más inquietos, menos resignados a su suerte, más libres y temerarios. Pero no es seguro que los hiciera más felices, salvo en los intervalos de irrealidad en que, arrullados por la voz de los contadores de historias, vivían la ficción como una experiencia vital. Luego, al romperse el hechizo y volver del sueño a la lucidez, qué tristeza, qué frustración, qué nostalgia caería sobre esos embelesados oyentes al comprobar lo mediocre que es la vida vivida en comparación con la inventada.

Con la aparición de la escritura, el arte de contar historias experimentó una mudanza radical. Dejó de ser, desde su nacimiento, creación colectiva, ceremonia compartida por una colectividad, y se tornó quehacer individual y actividad privada. Las historias llegaron desde entonces a su público a través de un intermediario no pasivo sino activísimo: la escritura. Esos signos cifrados, discreta pero inevitablemente, infligían a lo narrado un derrotero distinto al que le imprimía el ser contado, unos signos que el escritor tenía que emplear valiéndose de toda clase de artilugios para simular, en el silencio de la lectura, la voz —las entonaciones, los silencios, los énfasis— y también los ademanes y gestos del narrador. Antes de la escritura, los cuentos contaminaban todas las manifestaciones de la vida. A tal extremo que, en aquel pasado anterior a la historia —vale decir, anterior a la escritura—, las más refinadas técnicas y disciplinas no consiguen establecer una demarcación precisa entre la historia vivida y la vida fabulada que ha llegado hasta nosotros a través de la tradición oral y las grandes epopeyas, mitologías y teodiceas fundadoras de civilizaciones y culturas. En ellas, vida y sueño, historia y ficción, realidad y fábula se confunden, como en la mente de un niño esas fantasías que él toma siempre por verdaderas.
La lectura imprimió a la ficción una orientación más intelectual. Hasta entonces, las historias oídas sacudían primero la emoción y el sentimiento, el instinto y la sensibilidad y sólo secundariamente la inteligencia y la razón. Pero la escritura, con su exigencia al lector de reconvertir el signo en imágenes e ideas, promovió a un primer plano la racionalidad en la comprensión de las historias. De este modo, nació el "realismo", un mandato de verosimilitud, según el cual el texto narrativo debía ajustarse a los cánones de la realidad. Sin embargo, como los cánones de la realidad dependen del conocimiento, y también de las supersticiones, los hechizos, las magias y las infinitas supercherías que disimulan la ignorancia, pese a sus pretensiones realistas la literatura narrativa siguió reflejando a lo largo de su evolución un mundo en el que se mezclaban de manera irresistible la historia y la fábula, la experiencia y la invención, la lucidez y las fantasmagorías.

En la soledad de la lectura, las ficciones revolucionaron el amor, sublimándolo unas veces y otras impregnándolo de rituales y de sensualidad. La vida inventada de la literatura fue decisiva para la desanimalización del amor físico que, poco a poco, gracias a las imágenes y fantasía de la literatura, se volvió ceremonia, teatro, aventura y creación, al mismo tiempo que fiesta y placer de los sentidos. El erotismo o humanización del amor físico no hubiera nacido nunca sin la ayuda de la ficción. Con el avance irresistible del conocimiento en todos los dominios, y su inevitable corolario, la especialización, el saber se iría convirtiendo en un archipiélago cuando no en una jungla en la que a cada investigador, científico o técnico, le correspondería acotar un pequeño espacio, del que sería amo y señor. Pero la visión de conjunto desaparecería bajo esa diseminación de saberes particulares. Sólo la ficción mantendría incólume hasta nuestros días, en ese universo de conocimientos fragmentados y parciales, una visión totalizadora de esa vida en la que, como en la definición del hombre de Bataille, "se funden los contrarios".


Mario Vargas Llosa.
Escritor Peruano.
Publicado en la revista Letras Libres en Julio de 2004.